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CHAMAMÉ: LA IDENTIDAD Y EL ORIGEN (Por Carlos Correa, periodista)

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En el Día Nacional del Chamamé, la Voz de Misiones rescata una nota del fallecido periodista y estudioso de la historia y la cultura regional, como homenaje a Tránsito Cocomarola, a los músicos que contribuyeron a exaltar esta expresión popular y al autor del escrito que data de 1980 y dice:

En los últimos años, el chamamé viene siendo objeto de estudios emprendidos por investigadores que, en forma individual o conjunta, con mayor o menor rigor científico, tratan de desentrañar, entre otros aspectos, el origen del ritmo más representativo del Nordeste Argentino.

No faltan quienes se confunden o buscan confundir sobre el nacimiento de la especie musical y la primera vez que se utilizó la denominación, el momento histórico preciso en que fue acuñado el vocablo “chamamé” como identificatorio de dicha especie. Incluso, algunos hacen coincidir en el tiempo la aparición del ritmo y de su nombre, lo que equivale a suponer que el chamamé es tal desde que algún compositor afortunado se le ocurrió escribir la primera pieza y, simultáneamente, imponerle la apuntada denominación.

Aquellos que se inclinan por esa hipótesis, caen en la engañosa creencia de que el chamamé es un mero producto comercial. Así, se detienen en la superficie, ya que no profundizan su análisis y soslayan acaso lo más importante: que un pueblo, cualquiera fuese, en la búsqueda y definición de su identidad genera, crea expresiones de todo tipo, musicales entre ellas, que afirman, sustentan su condición de comunidad diferenciada de otras.

Tampoco tienen en consideración que la autenticidad y la antigüedad del chamamé están respaldadas por abundantes antecedentes, sin que importe mucho el nombre con el cual se lo identificó en sus orígenes.

Olvidan, en fin, que los ritmos populares siguen complejos caminos antes de convertirse en expresión representativa de una comunidad o de una porción de ella, asentada en un área determinada, inmersa en su propio paisaje.

Estas reflexiones de ningún modo deben conducir al rechazo de todo lo que pueda contribuir a arrojar mayor luz sobre estos temas, como este singular aporte de Rufino Ríos, posadeño, de Villa Urquiza, quien opina acerca de uno de esos controvertidos aspectos: el origen del vocablo “chamamé”.

LA ENRAMADA Y EL ENREJADO

Rufino Ríos nació y creció en Posadas, escuchando a sus músicos populares en bailes, reuniones y serenatas, hasta que él mismo se hizo cantor y guitarrero. Corría entonces, la década del 40 y llegó a integrar – como no podía ser de otro modo en aquellos años – el conjunto que dirigía Jacinto Corona, cuya sola mención enciende la nostalgia de quienes, en esa época seguían sus actuaciones radiales o se atrevían con los primeros pasos del chamamé, dibujándolos en las baldosas de las pistas posadeñas .

Después, su actividad marinera llevó a Rufino Ríos por otros puertos. Primero fue Misiones, el Alto Paraná, todavía lleno de misterios, de leyendas, de relatos que aludían a la reciente historia del “mensú”. Luego Buenos Aires, y por fin, el mundo.

Discos con temas en chamamé y su guitarra constituían elementos infaltables en su equipaje, en las largas travesías que debía realizar. Su pasión puesta al servicio de la divulgación de las cosas de esta región de la Patria hacía que se ingeniara para que las grabaciones fueran difundidas por radioemisoras, mientras él por su parte y tras localizar la sede de la respectiva entidad dedicada a la ayuda al navegante, conseguía que se organizara una presentación artística.

Y en esos lejanos lugares, ya fuere en Francia o Australia, en Estados Unidos o Dinamarca, tal vez en Alemania, este moreno posadeño hacía escuchar su música, la que aprendió de sus mayores y de los cantores populares, esa música que tiene el chamamé como su especie principal.

En diversas ocasiones, incluso, entusiasmó a esos públicos que se lanzaban a bailar procurando, en alguna medida, interpretar con la danza ese ritmo – exótico para ellos – que Rufino arrancaba a su criolla guitarra.

Pero, también en más de una oportunidad tropezó con dificultades para cumplir con su encomiable cometido. Es que se le solía argumentar que el vocablo “chamamé” no figura en el diccionario castellano. Y ante la desconfianza de aquellos públicos extraños, temerosos de que se tratase de una expresión descalificada, y por lo tanto, susceptible de hacerles caer en el rídículo, se le sugería que empleara otra denominación, como “música argentina” o “música sudamericana”.

Fue por ello que se propuso firmemente contribuir a la determinación del origen del vocablo “chamamé” y bregar para que, como corolario de un movimiento orientado a esa finalidad, sea admitido y definido por la Real Academia. No obstante, su deseo es que tal movimiento se concrete en Misiones porque – sostiene – dicho vocablo guarda íntima relación con la principal actividad de esta provincia, con la dura tarea de los antiguos yerbales, que sería donde se aplicó el término por primera vez a un elemento determinado, para ser transferido, con posterioridad, a la denominación de la especie musical.

“EMPARRILLADO”

De acuerdo con relatos de su padre, que entre 1933 y 1936 fue tarefero, con el nombre de “chamamé” se identificaba a un “emparrillado” utilizado para el sapecado de la yerba recién cosechada, en pleno monte. Se trataba de un elemento precario, confeccionado a la ligera por los tareferos que tenían la obligación de hacerlo y que era usado en la época en que todavía se trabajaba en los yerbales vírgenes.

Era conveniente proceder de esa manera por cuanto los lugares de donde se obtenía el producto, por lo general, se situaban a considerable distancia del sitio del “movimiento”, es decir, donde era recibido lo que se había recolectado. Como era posible, que incluso, insumiera varios días el recorrido entre ambos puntos, si no se ejecutaba el sapecado de la yerba “ardida” al “movimiento”.

Entonces, corría por cuenta del tarefero el cumplimiento de esa tarea, una vez cumplida la cual el “chamamé” era abandonado en el mismo sitio. La expresión – comenta Rufino recordando el relato de su padre – fue aplicada, luego al calzado o al sombrero, que ante su falta en la zona, los trabajadores de los yerbales se veían empujados a confeccionar en forma burda, apresurada, para dirigirse en busca de diversión al poblado más cercano.

Ríos tuvo oportunidad de corroborar esta versión al conversar con diversas personas que se desempeñaron, en aquellos años, en yerbales del Alto Paraná. Lamentablemente, olvidó el nombre de uno de esos antiguos tareferos, que vivía en el barrio El Chaquito, de Posadas, y a quien solía verse en ruedas de comité, trajinando dificultosamente a raíz de tener una pierna ortopédica.

Pero, en cambio, recuerda a Juan Tabarez, quien con más de cien años, falleció en 1976, en Cambyretá, Paraguay. Había sido “urú” y “alzaprimero” en los yerbales vírgenes del Alto Paraná y en una conversación que sostuvo con Rufino en 1974, le confirmó lo que 40 años antes, le había comentado su padre, solo que Tabarez decía “enrejado” en vez de “emparrillado”, expresión aquella que sin embargo, aludía al mismo elemento.

Además Tabarez le aseguró que la denominación correcta era “xamame”, en portugués. Y aquí Ríos advierte que la “x” en portugués tiene un sonido de “ch”, aunque algo más suave, pero que adquirió firmeza en labios de los guaraníes o de sus descendientes mestizos que fueron los primeros tareferos, los que, además, le impusieron el acento en la última letra y surgió, entonces la expresión “chamamé”.

Rufino hace notar, también, que en corrientes es opinión generalizada que “chamamé” se traduce como “enramada”, tanto que al ritmo, antiguamente, se lo conocía igualmente como “enramada güí” (bajo la enramada). Y entre esta “enramada” y aquel “emparrillado” de los tareferos hay bastante proximidad, concluye.

Podría inferirse de todo ello, que “chamamé” es sinónimo de algo improvisado. Sin embargo, a la luz del aporte de Rufino Ríos, es posible concluir, también, que en su origen el vocablo aludía a un elemento realizado a la ligera, con sentido precario, para ser utilizado en el sapecado de la yerba mate. Por similitud, el término fue transferido más tarde a la enramada y de aquí, recién pasó a denominar al ritmo, que por su parte, reconoce fuentes muy antiguas.

De todas maneras, este inquieto posadeño sólo pretende que la palabra figure en el diccionario de la lengua. Tal vez así, cuando otro cantor y guitarrero – como él – se aventure por tierras extrañas, no tropiece con dificultades para divulgar la más auténtica expresión musical del Nordeste argentino, con su verdadera denominación: chamamé.

 

CARLOS CORREA

 

Abril de 1980 – Diario El Territorio

 

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