ECONOMÍA

Bolsonaro contradijo al Congreso y bajó el mínimo vital y móvil de los brasileños

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Jair Bolsonaro empezó a gobernar y ya dio una muestra del giro conservador que quiere imponer en Brasil. Horas después de su investidura, firmó un decreto en el que fijó el salario mínimo de los trabajadores del país en los 998 reales (unos 257,5 dólares) para 2019, lo que supone un reajuste del 4,61 % con respecto al año pasado. No obstante, la cifra es inferior a los 1.006 reales (259,6 dólares) calculados por el Gobierno saliente de Michel Temer y recogidos en los presupuestos de 2019 y que se iba a aplicar.

El aumento del salario mínimo en Brasil se decide con una fórmula que considera la inflación, la tasa de crecimiento del año anterior y otras variables. En este sentido, esa reducción entre el valor finalmente decretado por Bolsonaro y el reflejado en los presupuestos se debe a una disminución de las estimaciones de inflación.

El reajuste del salario mínimo es tradicionalmente decretado en los últimos días de diciembre, pero el hoy expresidente Michel Temer decidió delegar el asunto en el nuevo jefe de Estado, que optó por definirlo horas después de jurar el cargo.

En su discurso de investidura, Bolsonaro, excapitán de la reserva del Ejército y líder de la extrema derecha en Brasil, prometió liberar a Brasil “de las amarras ideológicas”, gobernar “sin discriminación” y realizar las reformas económicas necesarias para superar la crisis.

El 1 de enero de 2019 sería recordado como “el día en que el pueblo empezó a liberarse del socialismo, de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto”, afirmó.

También reiteró que se propone abrir los mercados internacionales para las exportaciones brasileñas, “estimulando la competición, la productividad y la eficacia sin tinte ideológico” y con una especial atención al sector agropecuario, que es el principal motor de la economía nacional.

El nuevo canciller, Ernesto Araújo, explicó tras reunirse con el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, que las dos mayores economías del hemisferio trabajan “por un orden internacional diferente”. Y explicó que Brasil “se está realineando consigo mismo, con sus propios ideales”, rompiendo con décadas de búsqueda de equidistancia de las grandes potencias y de refuerzo de las relaciones Sur-Sur.

En el plano interno, el nuevo gobierno decidió entregar la demarcación de las tierras indígenas al Ministerio de Agricultura, representante de los intereses del pujante sector del agronegocio, uno de los principales aliados del presidente de ultraderecha.

El cambio, que deja sin la atribución a la FUNAI (Fundación Nacional del Indio), desató las críticas de los opositores del exmilitar -conocido por sus enfrentamientos con el sector ambientalista o de trabajadores sin tierra- y era uno de los asuntos más comentados en el Twitter brasileño.

“Teníamos en nuestro plan de gobierno colocar dentro de la cartera de Agricultura todo lo que, de una u otra manera, gira en torno al agronegocio, que es el gran punto de sustento de la economía brasileña”, afirmó el ministro jefe de la Casa Civil (jefe de Gobierno), Onyx Lorenzoni.

Para el columnista Igor Glelow, de Folha de S.Paulo, “los discursos de Bolsonaro son una colección de tuits sazonados con mesianismo”.

Cristian Klein, de Valor, resaltó que palabras como “desigualdad”, “hambre” o “desarrollo” desaparecieron del discurso de investidura, en tanto que abundaron las menciones a Dios y las denuncias a la “ideologización” de la vida social.

 

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