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De vender dulces en la puna salteña a recibirse de médica

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La joven, que se crió entre Rosario de Lerma y la Quebrada del Toro, se recibió en la UBA con un promedio de 8,07, y sueña con regresar a su hogar y ayudar a los más necesitados.
Los veranos de Fátima Álvarez, de 27 años, transcurrían entre las ovejas y las cabras, juntando los productos que la tierra puneña tenía para ofrecer, entre ellos habas, arvejas y papas andinas.Sus compañeros de juego eran sus primos, que vivían por la localidad de Santa Rosa de Tastil, en plena puna salteña, y caracterizada por las increíbles runas preincáicas que crean dibujos en los cerros.

La casita de sus abuelos estaba ubicada a 3.200 msnm en pleno cerro, construida de ladrillos de adobe, y sin luz natural, cerca de las ruinasAsí se crió Fátima, rodeada de la cultura andina que caracteriza la zona de la Quebrada del Toro en Salta. En ese entonces, aún estaba lejos el sueño de estudiar medicina.

Sus Papás, Pedro y Elba, vivían del ferrocarril hasta que este dejó de llegar, momento en que se avocaron a la cocina y venta de dulces regionales, que logró que sus hijos pudieran ir a la escuela, y construir su casa propia en Rosario de Lerma, una ciudad de 20 mil habitantes ubicada a 30 minutos de la capital salteña.

Fátima tiene una hermana melliza, además de dos hermanas mayores y dos menores, y recuerda lo mucho que anhelaba poder ponerse un uniforme con pollera, camisa y corbata. Su sueño en ese momento era poder hacer la secundaria en el Instituto Rosario de Lerma.

“Anhelábamos usar pollera, camisa y corbata… El uniforme significaba mucho. Recuerdo el momento en que vi sobre la cama de mis padres las dos carpetas amarillas con nuestra inscripción. Lo pagaron con esfuerzo. Era un lujo estudiar ahí”, cuenta, en dialogo con Infobae.

Por aquel entonces, el padre de la joven enfermó de gravedad, y por algún motivo no fueron al médico. El padre Chifri, una figura muy querida por las comunidades de Quebrada del Toro, pasó a visitarlo y entendió que su vida corría peligro, por lo que lo trasladó de urgencia al hospital, donde se le diagnosticó una avanzada neumonía que pudo terminar con su vida.

Esto comenzó a sembrar una latente inquietud por hacer algo por los más necesitados. “Empecé a recorrer caminando o a caballo los poblados más alejados de la montaña. Y si bien conocía aquello, supe lo que era la desigualdad. No había médicos… Entonces me pregunté qué podía hacer por los salteños”, contó la joven.

Junto a una amiga, Nadia, comenzaron a plantearse la posibilidad de viajar a Buenos Aires para realizar la carrera de medicina.

Nadie de su familia ni ningún conocido había hecho una carrera universitaria ni había viajado a Buenos Aires, y cuando estuvo por descartarlo, se lo comentó a sus padres, quienes la apoyaron a pesar de contar con escasos recursos.

Una tía de su amiga Nadia las inscribió en una residencia de monjas, sus papás le pagaron el pasaje y le aportaron algo de dinero, y viajó a Buenos Aires a comenzar el largo recorrido para llegar a cumplir su sueño: recibirse de médica.

“Tenía tanto miedo a fracasar que no contaba que me venía. Muchos comentaban que la gente llegaba a Buenos Aires y se volvía, después de hacerle gastar plata a su familia. Pero mis padres jamás me cortaron las alas. Jamás me dijeron que tenía que quedarme trabajando con ellos. Al día de hoy me sorprende cómo se sacrificaron por mi,” cuenta Fátima.

“Soy cauta y tímida por naturaleza. Si hubiera sido realmente consciente de los peligros, las trabas y la exigencia de esta ciudad tal vez no me venía.

Pero era chica y tenía un motor: ayudar a mi gente. Si estudiaba medicina, podía ser útil”, dijo la joven, quien además contó que los primeros meses en la gran ciudad fueron muy difíciles para ella.

“Me gustaba estudiar pero por momentos me levantaba con pesadillas y no sabía dónde estaba. Lloraba demasiado. Separarme de mi familia y sobre todo de mi melliza, fue muy difícil.

No sé cómo hice para romper físicamente con ese lazo” cuenta. Por aquel momento, solo podía pagarse un pasaje a Salta por año.

La joven cursó el CBC en Ciudad Universitaria y promocionó todas las materias, pero después del primer año, la madre de Fátima decidió pedir ayuda económica, ya que la venta de dulces no era suficiente.

Fue entonces que la Fundación Grano de Mostaza intervino y tras una reunión con Fátima y una confirmación de sus buenas notas, comenzó a patrocinarle los estudios en Buenos Aires.

“Ese año con Nadia nos mudamos a lo de una amiga de su tía en Congreso. Ahí empecé a sentir la presión de la carrera. Si te atrasabas un día de estudio, no llegabas. Después vino mi hermana Noelia y alquilamos juntas en Once. Y en segundo año supe lo que era un bochazo.

Fue en fisiología. Hasta ese momento, nunca había ido a final. Todo lo promocionaba. Ahí aprendí a estudiar mejor y a rendir oral” expresó Fátima.

En marzo de 2017, la joven rindió su última materia, Urología, y sacó un 10. Su familia viajó a Buenos Aires por primera vez para acompañarla afuera de la clase donde rendía y festejar su último examen. “La Fundación los ayudó. Sin ellos el festejo no hubiera sido completo.

Recuerdo el abrazo que nos dimos en la plaza. Ahí percibí el orgullo que sentían por mi. Porque robarles un beso o un te quiero, cuesta muchísimo. Son reservados. Tienen otras maneras de demostrar el afecto” detalló Fátima sobre el festejo por la última materia.

“Estudié medicina y voy a seguir formándome para volver a los cerros de Salta y atender a mi gente. Vine por ellos. Renuncié a cumpleaños y momentos en mi pueblo. Algunos no lo entendieron… Pero estoy orgullosa de nuestra construcción cultural y de la calidez de la gente del Norte. Somos esencialmente gente de bien”.

Hoy, Fátima es residente del segundo año, y continúa transitando el difícil camino de la medicina para poder regresar algún día a su pueblo, y ayudar a la gente que más lo necesita.

 

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