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La increíble historia de la maratonista más tramposa de todos los tiempos

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La expresión, aunque popular en otros tiempos, se fue apagando con cada hoja caída del calendario. ¿Saben qué significa “hacer un Rosie Ruiz”? Pues, la historia es larga, y se la contaremos aquí porque, sin duda, está entre los escándalos más resonantes de la historia del deporte. Tal vez, la argucia más recordada de la Maratón de Boston, una competencia que ya tuvo de todo, desde episodios de heroísmo, récords fantásticos y un oscuro atentado.
Cuesta creer que en la era de los chips electrónicos mordiendo las zapatillas, los impenetrables vallados, los celulares omnipresentes y las cámaras de vigilancia- en que un evento de los más importantes del calendario atlético internacional haya caído en las garras de una farsa tan infantil. Inocencia, esa puede ser la palabra. Sólo se entiende en el contexto de “eran otros tiempos”… así, tal vez, podamos creer lo que sucedió en la edición de 1980.
Eran otros tiempos. Sí, ya lo dijimos, pero vale repetirlo, ya que aquellos eran años en que los africanos (sobre todo, keniatas y etíopes) no ganaban absolutamente todas las pruebas de fondo, como sucede hoy. Por eso, el gran favorito era el local Bill Rodgers, que no defraudó y provocó el delirio de los espectadores, venciendo con una marca de 2h12m11s. En la rama femenina, se esperaba que Jacqueline Gareau cruzase la línea en primer lugar. Sin embargo, mucho antes de lo que se esperaba a la canadiense, la cubanoamericana Rosie Ruiz apareció sonriente, radiante, para recorrer los últimos metros del sendero a la gloria.
La gran sorpresa, una enorme farsa
La victoria de Ruiz no estaba en los planes de nadie, ni siquiera de los expertos más estudiosos de la disciplina. La atleta con el dorsal W50, además de vencer, estaba rompiendo todos los relojes, batiendo el récord femenino en Boston, completando la prueba en 2h31m56s. Eso la dejó a escasos cuatro minutos del récord mundial que ostentaba en aquel momento la noruega Grete Waitz. Por si todo ese estallido no fuese ensordecedor, Rosie había bajado en más de 25 minutos su marca personal, conseguida apenas seis meses antes en Nueva York.
Fresca como una lechuga, Ruiz disertaba contenta y relajada en la conferencia de prensa. Estaba espléndida, sin marcas de esfuerzo visibles. Ese semblante provocó las sospechas de Rodgers, que no podía entender cómo la mujer que estaba su lado respiraba con normalidad, mientras él apenas conseguía soportar el peso de su medalla, sudando y jadeando tras el enorme esfuerzo. “Me levanté con mucha energía hoy, qué puedo decir”, sostenía entre risas la heroína de aquel polémico lunes de abril.
Ruiz y Rodgers, en conferencia de prensa. 
Ruiz y Rodgers, en conferencia de prensa.
Las señales de alarma fueron demasiadas. El miedo al engaño hizo que los organizadores tomasen medidas con la “sorprendente” Rosie. Nadie entre sus rivales la recordaba, no se tenían registros de verla pasar a toda velocidad con sus elástica amarilla.
La “sospechosa” del atletismo
Después de aquel encuentro con la prensa (sus quince minutos de fama), los médicos le tomaron el pulso en reposo a la atleta y se mandó a revisar la totalidad de los videos y las fotos, procurando por registros de la “sospechosa” en diversos puntos del recorrido.
Uno de los argumentos más sólidos, el que comenzó a hundir a Ruiz, fue la declaración de un grupo de estudiantes del Wellesley College, un instituto de mujeres que, tradicionalmente, “recibe con fiesta” a la primera corredora en pasar por su edificio. Ellas recordaban a Gareau y a la local Patti Lyons, pero no tenían registros de la intrépida Rosie.
Poco después, las cosas se complicaron un poco más. La triquiñuela de Rosie llegaba a su fin cuando varios testigos declararon haber visto a la atleta con el dorsal W50 saliendo de entre los espectadores, emergiendo de la multitud, y regresando a la carrera.
La máscara se cae: Rosie Ruiz, en problemas
Mientras se decidía su situación en Boston en medio del escándalo, se descubrió que Ruiz había utilizado el metro para conseguir su marca mínima, en Nueva York. La reportera gráfica Susan Morrow recordó haber acompañado a la cubanoamericana hasta la meta, desde donde se dirigió, con sagacidad, al punto de primeros auxilios, para así certificar su presencia en la carrera y, por ende, su tiempo final. Fred Lebow, director de la Maratón de NY, descalificó a Rosie “al no poder certificar, de ninguna manera, que la atleta recorrió todos los kilómetros de carrera”.
Una semana después, la Boston Athletic Association (BAA), organizadora de la Maratón de Boston, también “borró” a Ruiz de sus registros, otorgándole así el triunfo a Gareau (tiempo de 2h34m28s). “Creí que estaba liderando con comodidad, hasta que me dijeron: date prisa que estás segunda. No entendía quién podía estar por delante. Me vine abajo cuando vi a una competidora con la corona de laureles, festejando”, declaró la canadiense horas más tarde, en un acto realizado en la avenida Commonwealth que reunió a 3 mil espectadores, donde se le otorgó la medalla a la real ganadora, además de realizarle las fotos cortando la cinta de meta.
Pasaron algunos años hasta que Gareau, casi retirada, llegó a Miami para correr una prueba con fines benéficos. Mientras trotaba levemente, calentando sus músculos, una señorita se le acercó, era una cara conocida. “Yo corrí aquella maratón, de principio a fin. Lo hice, y volveré a hacerlo”, dijo Rosie Ruiz, que enseguida aceleró para dejar atrás a Gareau y perderse entre la multitud.

 

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