DEPORTES
El misionero Rojas de jugar en River y ser mundialista a su vida nueva con los libros
Se retiró hace 13 años y asegura que nunca más pisó un estadio de fútbol. Vive en una ciudad de 25 mil personas y le escapa a la tecnología: “El fútbol fue como un libro. Lo leíste, lo disfrutaste, quizás repasaste un capítulo porque te gustó cómo lo relataban, pero terminó el libro, se cerró y agarrás otro libro”
PUERTO RICO. MISIONES. La búsqueda en redes sociales había sido negativa. No había menciones sobre su actualidad por ningún lado, ni un perfil propio. Nadie decía qué era de su vida o si había intentado rastrearlo. Apenas una vieja nota de él en un portal de Misiones.
¿Tendrán algún contacto? Sí, pero el teléfono ya no es. La investigación es infructuosa. Otra punta se ofrece también a facilitar su celular: es el mismo que ya no usa.
El círculo vicioso se repite una y otra vez. Desistir fue una opción. La motivación aparecía de a ratos. El trabajo del periodista a veces desmoraliza. La misión lleva meses. Un colega misionero tiene vínculo cercano y se ofrece a preguntarle si había cambiado el número: “Dice que lo llames sin problemas”. Se hace la luz.
A Ricardo Rojas parecía habérselo tragado la tierra. Pero no: el autor de uno de los goles más lindos en la historia de los superclásicos con su vaselina a Boca estaba ahí, disfrutando de la vida en su ciudad misionera sin andar corriéndole desde atrás a este beneficio-martirio que es la tecnología.
El ex River usa la computadora sólo para una cosa específica, tiene un legendario Nokia 1100 que acepta llamadas o mensajes de texto –tiene el juego de la viborita–, no mira la televisión y decide informarse en breves lapsos cuando toma contacto con la radio.
Bah, su esposa. Aunque es todo un elogio viniendo de un hombre que supo tener el elixir del éxito pasional del fútbol en sus labios y ahora prefiere jugar los miércoles con los amigos en la cancha del barrio entre asados y alejado del asedio del mundo virtual.
“Mi celular no tiene Whatsapp, pero tiene agenda y alarma para despertarme. En la televisión por ahí vemos alguna película, o por Internet.
Yo sólo escucho la radio”, le explica al cronista el ahora “emprendedor”, como prefiere definirse más allá de que en el pasado se mencionó que tenía un proyecto agrícola y una PyME de trapos de piso.
El misionero nacionalizado paraguayo (jugó el Mundial de 1998) utiliza ejemplos de libros que leyó en el último tiempo para contestar las preguntas, analiza minuciosamente qué decir antes de responder y no es ningún analfabeto digital. La tecnología la usa para su beneficio: “En internet hay muchas cosas buenas y otras no.
Algunas herramientas son interesantes. Hay muchos tutoriales de personas que comparten sus experiencias de determinadas situaciones. No digo que le va a cambiar la vida a una persona, pero le da ideas de qué hacer. Es algo público, gratuito”.
En el 2006, con la camiseta de Belgrano, le puso punto final a su carrera y se instaló en Puerto Rico, una ciudad misionera de unos 25 mil habitantes a orillas del Río Paraná y que mira a los ojos a un pueblo paraguayo llamado Puerto Triunfo. “Desde que dejé el fútbol, hace 13 años, no recuerdo haber pisado de vuelta un estadio.
No veo fútbol. Si vos me decís cuántos puntos tiene River, no sé. Le pido perdón a Marcelo (Gallardo) porque es muy buen técnico, muy buena persona, excelente profesional, pero no sé cuántos puntos tiene River.
Escucho la radio, dicen “jugó bien o jugó mal”. Pero espero que le vaya muy bien a Gallardo”, dice y aprovecha para mandar saludos casi como si fuese una transmisión en vivo: “A Juan Azconzábal también le deseo que le vaya muy bien, donde esté.
Astrada ahora es periodista creo, que le vaya bien. A Ángel Comizzo, que no sé dónde está, pero si está en el fútbol espero que le vaya muy bien. ¡Aprovecho que estoy en los medios!”.
— ¿Vas a mirar el superclásico de Copa Libertadores?
— ¿Cuándo es?
— El martes a la noche…
— Sinceramente no creo… Por ahí lo escucho por la radio o veo el compacto después
Rojas jugó cinco temporadas en River, ganó tres títulos locales (02, 03 y 04) pero está lejos de ser una leyenda de la institución. Pero aquella vaselina lo marcó: aparece en cada compacto televisivo, se multiplica por Youtube y es un recuerdo indeleble en la memoria de los fanáticos.
Ricardo tiene el placer de haber anotado uno de los goles más bonitos de la historia del Superclásico y, aunque reconoce que alguna que otra vez se lo “mostraron”, no necesita volver a observarlo para repasar con precisión cada movimiento que hizo. “¡Era bastante rápido la verdad! No como ahora, mis compañeros del pueblo me dejan ir arriba, juego de delantero”.
“Existe una espontaneidad en el deporte. En este caso estábamos ganando 2-0 y Boca quería descontar. Por supuesto que se desordenó y fue para adelante. Robó la pelota Cavenaghi, que hizo una media chilena tipo Bruce Lee y casi se mata contra el piso. Me quedó enfrente la pelota y yo corrí para adelante.
El primer pase se lo doy a D’Alessandro, veo los espacios vacíos e intento adelantar como para, por ahí, devolver la pelota. No es que estaba pensando que iba a llegar cerca del área para definir, uno va a apoyar. D’Alessandro le juega a Ortega y sigo corriendo para ganar una posición, sumar un jugador más en ataque. Ortega, con la calidad que tiene –la verdad que fue un fuera de serie–, así como viene tira el pase, un pase perfecto que descoloca a los defensores de Boca. Me quedó la pelota enfrente y creo que Clemente es el último que me va a cerrar. Corro un poco la pelota, había llovido… Cuando levanto la cabeza estoy frente al arco. No me di cuenta que estaba frente al arco porque agaché la cabeza para ver la pelota. Se me pasaron dos cosas: mato a un abuelo detrás de la tribuna o defino así. Sentí en ese momento pegarle suave por arriba… ¡Es espontáneo!”.
Hay un instante todavía más poético en todo lo artístico que tiene ese gol, el tercero del 3-0 sobre Boca en la Bombonera. Rojas levanta los brazos como en trance y con los ojos perdidos en un punto invisible. Sus compañeros lo alzan y luego lo cubren con una montaña humana.
Segundos más tarde, mientras todos se levantan por sus propios medios, Ricardo sigue tirado en el césped. Quizás sea el cielo. Su figura se acaba de inmortalizar para siempre en medio del diluvio.
El joven Martín Demichelis lo saca de ese letargo. “Cuando entra la pelota no escucho nada, no siento nada. Mis compañeros se tiraron encima. Después con el correr del tiempo uno se va dando cuenta de la repercusión. A la semana me di cuenta que había sido lindo el gol porque venía la gente y me abrazaba en todos lados. ¿Qué les pasa?, pensaba.
Mis compañeros me gastaban porque no es una característica mía… Nunca fue una característica mía”, dice entre risas.
La realidad es que la charla ronda poco y nada en el fútbol. Apenas unos pocos minutos de la hora y media de comunicación rozan a la pelota. Está enfocada en su transformación. En el sencillo método para dejar atrás una exigencia que le demandó la entrega de toda su vida hasta el día de su retiro.
La contracara de aquellos futbolistas que no saben cómo reconstruir su vida después de cumplir el gran sueño deportivo. “Aprendí que nosotros tenemos la capacidad de aprender durante toda la vida.
Los nuevos estudios, muchas personas, mismo Estanislao Bachrach en el libro Ágilmente habla de que tenemos la capacidad de aprender durante toda la vida. Cuesta un poco más, pero no es algo que no se pueda. Es algo de hábito, de ordenarse, de ponerse una meta.
Es necesario que uno se ponga una fecha para finalizar, porque no funciona tampoco si no. Uno no es que gasta el tiempo, lo invierte. Nosotros podemos aprender toda la vida, no podemos poner un límite: ‘Yo tengo 45 años y no puedo aprender más’. ¡No! Podemos aprender hasta los últimos 5 minutos de vida”, explica.
“Puedo gastar el tiempo si me gustan los videojuegos, jugar al fútbol o juntarme con amigos. Me puedo juntar una vez por semana, videojuegos una hora, pero no estar todo el día haciendo esas cosas porque hay otras cosas importantes para hacer.
Debo evaluar qué cosas son importantes, cuáles necesarias y cuáles esenciales, las que sí o sí debo hacer. En un momento de mi vida fue una bendición desarrollar el talento del deporte, pero hay otros talentos que uno puede conocer.
En algunas ocasiones se mencionan personas que fueron muy importantes en su profesión, se jubilaron y parecía que se venía el mundo abajo, pero descubrieron que tenían otras vocaciones. Renovarse es lo que nos da vida, nos desafía”, declara.
Aquel lateral que irrumpió en el fútbol argentino con el ascenso a primera división en Estudiantes de La Plata de 1995, tuvo un paso por el Benfica portugués y realizó el grueso de su trayectoria con la camiseta de River ahora está enfocado en aprender, por ejemplo, álgebra: “Es interesante el enfoque tridimensional que tiene la matemática en muchos aspectos. Se usa en todo. Muchas veces no nos damos cuenta pero estamos usando matemáticas. Me interesa mucho”.
El misionero tuvo una carrera fructífera –hasta integró los planteles de Paraguay que jugó la Copa América 1997 y alcanzó los octavos de final del Mundial de Francia 1998– pero los 48 años el dinero o el reconocimiento que da el fútbol no ocupan un sitio importante en su vida.
Habla sobre “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo, recuerda haber leído libros de Dostoyevski o de Ernest Hemingway y publicaciones espirituales. “¿Extrañar el fútbol? Sinceramente no. Fue una etapa.
Considero que es un libro. Lo leíste, lo disfrutaste, quizás repasaste un capítulo porque te gustó cómo lo relataban, pero terminó el libro, se cerró y agarras otro libro. Descubro en el próximo otra aventura, otro desafío, otros personajes…”
Los días de Rojas arrancan a primera hora con una oración en la que piden por el bienestar de su familia, luego sigue con la organización de la agenda para realizar sus trabajos y quizás ahí aparece la radio como un objeto secundario que aporta algunos destellos de lo que sucede en el mundo.
Es amable en el trato y no se muestra apurado para responder sobre diferentes temas. La pelota se ve relegada porque ante cada consulta futbolera sus respuestas empiezan a ramificarse rumbo a los temas de su principal interés: la preocupación por la actualidad económica y social del país, la energía por seguir aprendiendo, los profesionales que se marchan de Argentina o los anexos del fútbol que lo marcaron.
También recae en su rol religioso: “Lo espiritual para nosotros es un punto central. Prestamos servicio a diferentes entidades. Muchas veces no es dinero, es prestar el oído, hacer una visita. Conocer a esa persona que está pasando un momento difícil y acompañarla.
Llamar a un amigo con el que hace mucho no hablamos, escribir una carta a un pariente o visitar en el hospital a alguien que no conocemos; o en el asilo de ancianos, que quizás hay personas que están hace dos años ahí y los familiares nunca los visitaron”.
Haber jugado en la máxima categoría del deporte dueño del mundo fue un “sueño cumplido” –acepta– pero rápidamente aclara: “A aquellos que nos gusta mucho el fútbol, el básquet o la música, por decir ejemplos, tenemos muchas inquietudes.
Cuando ya alcanzamos objetivos en eso queremos hacer un poquito otra cosa. Nos llenamos de eso porque lo alcanzamos, pero aprendemos cuando aparece otro desafío y nos pone a prueba. ¡Envejecemos más lento cuando el cerebro está ocupado en aprender cosas nuevas!”.
Cuando uno coloca “Ricardo Ismael Rojas” en los buscadores el resultado se repite: gol a Boca, vaselina, golazo, el mejor gol de los Superclásicos. Las visualizaciones se replican de a miles en diversas publicaciones que repiten ese video. Como si el planeta estuviese emperrado en paralizarlo en aquel 3-0 de marzo del 2002 que también tuvo los olvidados gritos del Cuchu Cambiasso y el Chacho Coudet.
El misionero, como ensañado en contradecir esos inteligentes algoritmos tecnológicos, casi ni habla de fútbol después de la extensa conversación, pero no detiene el impulso irrefrenable de despedirse con una broma: “No hablamos mucho de fútbol, pero bueno… Para otra ocasión. Es un gran deporte, pero no es lo más importante”.
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